OlgaMartinez

Me encanta ver sus ojos grandes a través del cristal, contemplar como me mira como si mi vida fuera especial, diferente, extraña o libre, y en realidad es especial, especial porque la tengo a ella, la niña que he visto crecer y que ilumina mis días con sus grandes historias que a veces me emocionan y hacen que mis lágrimas se mezclen con el agua de mi alrededor.Pero echo de menos la tierra, la que  solo pude ver una vez, la tierra que veo reflejada en ella todos los días, en sus ojos veo el cielo y otros días el azul cristalino del mar, en sus labios puedo observar el atardecer cosa que me hace

- ¡Mira!- Miré hacia donde señalaba su dedo y vi la luna con su mayor sonrisa, brillando como si fuera la última vez que lo haría, rozando levemente el agua de la que apenas se veía la linea que separa el mar del cielo, alumbrando aquella noche tan oscura.

Parece que los días quieran hacerme sonreír, el sol me busca con sus rayos para rozar mi piel, las nubes hacen figuras divertidas para que todas mis preocupaciones se marchen con ellas y el cielo les hace compañía con un azul que es capaz de hacerme latir el corazón a mil por hora. Miro al cielo y sonrío, odio esta tristeza que a veces se apodera de mi.

Mirando un cielo bañado de rojo que rozaba levemente las aguas del mar dejé caer por mis mejillas una triste despedida recordando una y otra vez tu último .

Todos los días hiciera frío o calor, lloviera o el sol me abrasara la piel, yo estaba allí sentada en aquel pollete del muelle que me permitía ver las vistas más bonitas que jamás pueda llegar a ver. Podía contemplar las pequeñas olas que producía el mar, la salida y entrada de los barcos, los peces saltando, y aquellas nubes que cada día me ofrecían una figura distinta, este era mi paraíso.

Poco a poco vas creciendo, te vas haciendo mayor y todo tu cuerpo se debilita, tu mente, tu pelo, tus piernas... todo tu cuerpo, pero hay una cosa que nunca, nunca se acaba, una cosa que quizás no sepas, pero yo te la digo, la imaginación, la imaginación NUNCA acaba.

Estaba dormida cuando de pronto alguien me susurró al oído, no recuerdo lo que me dijo exactamente pero lo que si recuerdo es su voz fría y seca cerca de mi, y su aliento repugnante sobre mi piel. Abrí los ojos, asustada, y mire hacia la derecha donde supuestamente debería haber alguien, pero no, no había absolutamente nadie, la habitación estaba vacía.

Era un día normal de invierno en el que el viento frío te congelaba la cara, las manos y los pies ya no me los sentía y estaba deseando llegar a casa para poder entrar en calor. Después de cinco minutos andando con aquel frío aterrador, llegué al portal de mi casa. Con dificultad pude coger las llaves de mi bolsillo derecho del chaquetón, abrí el portal de mi edificio y subí tranquilamente las escaleras. Me detuve, mi corazón empezó a latir más fuerte y me ahogaba haciendo que mi respiración fuera más costosa. La puerta de mi casa estaba entreabi